“SOLO QUIERO SER UN FRAILE QUE REZA….”
“SAN PIO Y GARABANDAL”
En 1962, fue la voluntad de Dios que su siervo, el Padre
Pio de Pietrelcina, se involucrara en los acontecimientos de Garabandal. He aquí cómo.
Llega una carta
El 3 de marzo de 1962 las cuatro jóvenes
videntes,
Conchita, Mari Loli, Jacinta y Mari Cruz
recibieron una carta anónima en San Sebastián de Garabandal. Este incidente fue
reportado por el Dr. Celestino Ortiz, un incuestionable testigo, y
sobre él hace un recuento el Padre Eusebio García de Pesquera en su libro Ella
fue Afanosamente a la Montaña; de aquí tomamos el siguiente aparte:
Félix López, un antiguo alumno del
Seminario Mayor de Derio (Bilbao) quien es hoy día el profesor de escuela de
Garabandal, estaba reunido con algunas personas en la cocina de Conchita. La
niña recibió una carta que no entendió, así que le solicitó a Félix que se la
tradujera. Estaba escrita en italiano y Félix, después de leerla dijo: «Por su
estilo bien podría ser del Padre Pío». Conchita le preguntó si conocía la
dirección del Padre Pío y al recibir una contestación afirmativa le pidió que
le ayudara a escribirle una carta para dar respuesta a la suya y manifestarle
su agradecimiento.
Habiendo terminado la carta la
dejaron sobre la mesa de la cocina, sin doblarla. Después de un rato, Conchita
entró en éxtasis y rezó el Rosario. Al regresar a su estado normal Félix le
preguntó: «¿Preguntaste a la Virgen sí la carta era del Padre Pío?» «Sí, y me
dio una respuesta secreta para enviarle.» La niña subió a su habitación, regresando
poco más tarde con un papel escrito a mano. Delante de todos metió el papel en
el sobre, que había ya sido dirigido al Padre Pío por el profesor, sellándolo
luego.
La carta que había llegado a Conchita, sin firma y
sin dirección de regreso pero con estampilla italiana, decía lo siguiente:
“Queridas Niñas: A las nueve
de esta mañana la Santa Virgen María me ha hablado de vosotras, queridas niñas,
de vuestras visiones y me ha dicho: Benditas niñas de San Sebastián de
Garabandal, yo os prometo que estaré con vosotras hasta el fin de vuestra vida
y vosotras estaréis conmigo hasta el fin del mundo y luego en el gozo del
paraíso. Con la presente os remito una copia del Santo Rosario de Fátima que la
Santísima Virgen me ha ordenado de enviaros. Este Rosario ha sido dictado por
la Santísima Virgen y quiere que sea propagado para la salvación de los
pecadores y para la preservación de la humanidad de los peores castigos con que
el buen Dios está amenazando. Una sola es la recomendación: REZAD y haced
REZAR, porque el mundo está en el camino de la perdición. No creen en vosotras ni
en vuestros coloquios con la blanca Señora pero creerán cuando sea demasiado
tarde”.
En febrero 9 de 1975, el personal de
la revista NEEDLES (ahora GARABANDAL) condujo una entrevista grabada con
Conchita, durante la cual le preguntaron sobre esta sorprendente carta que se
decía había sido dictada por el Padre Pío:
P. Conchita, ¿recuerdas algo sobre esta carta?
Conchita: Recuerdo haber recibido en el correo una carta dirigida a mí y a las otras tres niñas, Jacinta, Loli y Mari Cruz. Me preguntaba qué contenía y, como no estaba firmada, la metí en el bolsillo hasta que ví a la Santísima Virgen ese día. Cuando se apareció le mostré la carta y le pregunté quién nos la había enviado. La Virgen dijo que era del Padre Pío. Como no sabía quien era el Padre Pío, no pregunté nada más. Después de la aparición conté a la gente sobre la carta; un seminarista que estaba presente me explicó acerca del Padre Pío y de dónde era él. Entonces le escribí una carta diciéndole que me gustaría verle cuando visitase mi país. El entonces me envió una pequeña carta diciendo: «¿Crees que puedo subir por la chimenea?» Yo sólo tenía 12 años en esa época y no sabía nada de los claustros.
Conchita: Recuerdo haber recibido en el correo una carta dirigida a mí y a las otras tres niñas, Jacinta, Loli y Mari Cruz. Me preguntaba qué contenía y, como no estaba firmada, la metí en el bolsillo hasta que ví a la Santísima Virgen ese día. Cuando se apareció le mostré la carta y le pregunté quién nos la había enviado. La Virgen dijo que era del Padre Pío. Como no sabía quien era el Padre Pío, no pregunté nada más. Después de la aparición conté a la gente sobre la carta; un seminarista que estaba presente me explicó acerca del Padre Pío y de dónde era él. Entonces le escribí una carta diciéndole que me gustaría verle cuando visitase mi país. El entonces me envió una pequeña carta diciendo: «¿Crees que puedo subir por la chimenea?» Yo sólo tenía 12 años en esa época y no sabía nada de los claustros.
La Visita de Conchita a Padre Pío
En febrero de 1967, Conchita llegó a Roma con su
madre, un sacerdote español, el padre Luis Luna, el Profesor Enrico Medi y la
Princesa Cecilia de Borbón-Parma. Había sido llamada allí por el Cardenal
Ottaviani, prefecto del Santo Oficio, llamado hoy la Sagrada Congregación para
la Doctrina de la Fe. Fue durante esta visita que Conchita tuvo una
audiencia privada con el Papa Pablo VI, durante la cual sólo cinco
personas estuvieron presentes con el Pontífice. Tenemos sobre esto el confiable testimonio
del Profesor Medi, entonces presidente de la Asociación Europea de Energía
Atómica y amigo del Papa, y quien era uno de los cinco presentes.
Como Conchita tuvo que esperar un día antes de su
reunión con el Cardenal Ottaviani, el Profesor Medi sugirió que ya que tenían
algo de tiempo libre fueran a San Giovanni Rotondo a ver al
Padre Pío.
A continuación el recuento de la propia Conchita acerca
de la visita, tomado de la entrevista de NEEDLES de 1975:
... Todos estuvimos de acuerdo, así que salimos para
el Monasterio en el auto alquilado del Profesor Medi. Llegamos
como a las nueve de la noche y nos dijeron que no podríamos ver al Padre Pío
hasta la mañana siguiente en su Misa de cinco.
Antes de Misa, el Padre Luna y el Profesor fueron a
la sacristía. El Profesor me contó más tarde lo que ocurrió allí. Dijo que el
Padre Luna había dicho al Padre Pío que la Princesa de España estaba allí para
verle. El Padre Pío dijo entonces al Padre Luna: «No me siento bien y no podré
verla hasta más tarde hoy». El Profesor Medi dijo entonces: «Hay otra persona
que quiere verlo también. Conchita quiere hablar con usted.» Padre Pío dijo
entonces: «¿Conchita de Garabandal? Vengan a las ocho de la mañana».
Al llegar, fuimos conducidos a un pequeño cuarto, una
celda, que tenía una cama, una silla y una pequeña mesita. Le pregunté al Padre
Pío si este era su cuarto y si él dormía ahí, a lo cual respondió: «Oh, no. No
pueden ver mi cuarto. Este es un cuarto rico». En ese momento no sabía la clase
de hombre santo que era el Padre Pío, como ahora sí lo sé.
Entonces yo era muy joven; tenía sólo 16 años.
La entrevista de NEEDLES continúa:
P. ¿Quién estaba en el cuarto contigo?
Conchita: Sólo mi madre, el Padre Luna y un sacerdote del Monasterio que hablaba español y estaba tomando muchas fotos. No recuerdo que la Princesa y el Profesor hubieran estado allí.
Conchita: Sólo mi madre, el Padre Luna y un sacerdote del Monasterio que hablaba español y estaba tomando muchas fotos. No recuerdo que la Princesa y el Profesor hubieran estado allí.
P. Puedes decirnos ¿qué se dijo durante tu visita al Padre Pío?
Conchita: Sólo recuerdo un poco. Sí recuerdo que el sacerdote que había estado tomando fotos pidió permiso para ello al Padre Pío, quien le respondió: «Has estado tomándolas desde que llegaste».
Conchita: Sólo recuerdo un poco. Sí recuerdo que el sacerdote que había estado tomando fotos pidió permiso para ello al Padre Pío, quien le respondió: «Has estado tomándolas desde que llegaste».
Recuerdo que tenía el crucifijo besado por Nuestra
Señora, y que dije al Padre Pío: «Esta es la Cruz besada por la Santísima
Virgen. ¿Quisiera besarla?» Padre Pío tomó entonces el Cristo y lo colocó en la
palma de su mano izquierda, sobre el estigma. Tomó entonces mi mano, que colocó
sobre el crucifijo, cerrando los dedos de esa mano sobre mi mano; con su mano
derecha bendijo mi mano y la cruz. Lo mismo hizo con mi madre cuando ella le
dijo que por favor bendijera su rosario, también besado por la Virgen. Yo
estuve de rodillas durante todo el tiempo que estuve ante él. Me tomó de la
mano, con la cruz, mientras que me hablaba.
El sacerdote que tomó las fotos de Conchita con el
Padre Pío vive aún en San Giovanni Rotondo. Estuvo en los Estados
Unidos hace varios años promoviendo la Causa de Beatificación del Padre Pío y
visitando a Conchita en su casa. Debido a que la Causa se está adelantando, los
frailes no están muy dispuestos a mostrar las fotos, aparentemente porque las
apariciones de Garabandal no han sido reconocidas aún por la Iglesia. La fotos
fueron nuevamente mencionadas por otro de los frailes de San Giovanni Rotondo
quien las vio, confirmando más tarde el hecho a los funcionarios de la revista
que estuvieron en la peregrinación de 1987, y que fue promovida por el Centro
de Garabandal de Nueva York. Sobra decir que estas fotos son importantes
documentos que confirman la entrevista de Conchita con el Padre Pío.
Padre Pío y el Milagro.
La forma como el Padre Pío se involucró en los
eventos de Garabandal fue en parte la causa de que le hubiese sido concedido un
privilegio que tan sólo a otra persona [*En la noche del 8 de agosto de 1961,
Fr. Luis Andreu S.J. tuvo una visión del Milagro mientras observaba a las
videntes en éxtasis en los pinos sobre una colina cerca del pueblo de
Garabandal. El Padre Andreu murió a la mañana siguiente durante su regreso a
casa.] le había sido. Vio el gran Milagro antes de morir.
Una de las profecías de Nuestra Señora en Garabandal
en relación con el Milagro fue que el Santo Padre lo verá desde cualquier sitio
donde esté, y que el Padre Pío lo vería también. Al morir el
Padre Pío en 1968, Conchita quedó perpleja, preguntándose por qué la profecía
aparentemente no se había cumplido. Un mes más tarde fue tranquilizada,
recibiendo además un regalo precioso.
En octubre 16 de 1968, Conchita recibió un telegrama
de Lourdes, proveniente de una mujer de Roma a quien Conchita conocía. El
telegrama pedía a Conchita ir a Lourdes a recibir una carta del Padre Pío
dirigida a ella. El Padre Alfred Combe y Bernard L'Huillier de Francia estaban
en ese momento en el pueblo y accedieron a llevar a Conchita y a su madre a
Lourdes. Partieron esa misma noche. Con el afán, Conchita olvidó su pasaporte.
Al llegar a la frontera fueron detenidos durante seis horas, y sólo gracias a
un pasaporte especial, firmado por el Governador Militar de Irun, pudieron
pasar la frontera hacia Francia.
En Lourdes se entrevistaron con
los emisarios del Padre Pío de Italia, entre los cuales estaba el Padre
Bernardino Cennamo, O.F.M. El Padre Cennamo no era realmente de San
Giovanni Rotondo, sino que pertenecía a otro monasterio. Era, sin
embargo, bien conocido por el Padre Pío y por el Padre Pellegrino; éste último
fue quien cuidó al Padre Pío durante sus últimos años y quien transcribió la
nota para Conchita dictada por el Padre Pío.
El Padre Cennamo dijo a Conchita que no había creído
en las apariciones de Garabandal hasta que el Padre Pío le pidió darle el velo
que cubriría su cara después de su muerte. El velo y la carta fueron entregados
a Conchita, quien preguntó al Padre Cennamo: «¿Por qué la Virgen me dijo que el
Padre Pío iba a ver el Milagro y él ha muerto?» El Padre le respondió: «El vio
el Milagro antes de morir. Me lo dyo él mismo.»
Al regresar a casa Conchita decidió escribir sobre el
incidente a un amigo en Madrid. De nuevo nos referimos a lo dicho por Conchita
en la entrevista de NEEDLES de 1975:
... Tenia el velo
ante mis ojos mientras escribía cuando, de repente, toda la habitación se llenó
con una fragancia. Había oído sobre las fragancias del Padre Pío, pero nunca
les había dado mayor importancia. El cuarto entero olía con un perfume tan
fuerte que comencé a llorar. Era la primera vez que experimentaba esto. Ocurrió
después de su muerte.
Padre Pío y Joey Lomangino
En 1947 Joey Lomangino perdió la vista y el olfato en
un absurdo accidente que le cortó el nervio óptico y el olfativo. Luego de un
prolongado y penoso período de reajuste, salió triunfante convertido en un
prestante hombre de negocios, pero muy cansado por el esfuerzo y el exceso de
trabajo. Su médico le sugirió que tomara unas vacaciones en Europa, así que
salió de su casa en Lindenhurst, Nueva York, con algunos familiares a visitar a
su tío en el sur de Italia.
Joey no era practicante en
aquellos tiempos, y fue sólo para complacer a su tío que accedió a un largo
viaje en auto, el cual concluyó en San Giovanni Rotondo donde vivía el Padre
Pío. Joey no sabía nada del Padre Pío en aquel entonces, y ciertamente no
esperaba tener un encuentro personal con él. Al terminar la
Misa se encontró en un cuarto con otros hombres que esperaban recibir la
bendición del Padre Pío cuando éste pasara por allí. Joey recuerda los hechos:
Cuando el Padre Pío entró en la habitación todos nos arrodillamos para recibir
la bendición. Entró por el costado izquierdo del cuarto y lo atravesó por el
frente. Oí movimiento de rodillas, sin saber qué pasaba. De repente, el Padre
Pío puso sus brazos sobre mí. Me besó en la frente y me dijo: «¡Joey, me alegro
tanto de verte!» Fue mi tío quien me dijo que era el Padre Pío quien me
abrazaba; yo no sabía qué decir, pues había sido casi el último en entrar, y
nadie sabía que yo iba a ir, ni yo mismo.
Joey quedó profundamente impresionado. No pudo
regresar en 1962, pero lo hizo en 1963. En esta ocasión decidió ir a confesarse
con el Padre Pío.
Fuí a ver al Padre Pío al confesionario,
arrodillándome en el reclinatorio. El Padre Pío estaba sentado frente a mí. Me
tomó de la mano, cosa que me impactó por su contraste con el confesionario
americano, con páneles entre el sacerdote y el penitente. Me dijo entonces:
«Joey, confiésate». Para ser muy franco, encontré esto muy embarazoso pues no
estaba llevando una vida correcta. Estaba confundido y no sabía qué decir.
Entonces el Padre Pío me dijo en italiano: «Confiésate». Pero de nuevo no
encontraba palabras qué decirle.
Entonces, en perfecto inglés, me dijo: «Joey,
¿recuerdas cuando estuviste en un bar con una mujer de nombre Bárbara?
¿Recuerdas los pecados que cometiste?» Y, en perfecto inglés, me recordó los
sitios donde había estado, las personas con las que había estado, y los pecados
que había cometido. Sudando de angustia, tuve la gracia de reconocer que valía
la pena soportar todo eso si ello significaba volver a ser feliz.
Realmente creía que el Padre Pío podría ayudarme.
Cuando llegó al fondo de lodos mis pecados, después de lo que me pareció como
un millar de años, me dijo en italiano: «¿Estás arrepentido?» Y yo contesté:
«Si, lo estoy, Padre Pío».
Al darme la absolución, los ojos comenzaron a rodarme
en la cabeza. Me restregué los ojos con las manos, mientras la cabeza me daba
vueltas y más vueltas. De repente, mi mente se aclaró total y completamente.
Entonces puso su mano estigmatizada sobre mis labios y yo besé los estigmas. Me
dio entonces un ligero golpe en la cara y me dijo en italiano: «Joey, un poco
de paciencia y coraje y vas a estar bien».
Tenía 33 años y me sentía de 16. Tenía el firme
propósito de enmendar mi vida. Estaba arrepentido de todos los pecados que
había cometido durante mi vida. Me sentía tan bien, tan limpio, que no quería
siquiera involucrarme con nadie por miedo a perder la gracia recibida por sólo
hablar con alguien.
Pero había aún otra gracia más preparada para Joey
mientras se arrodillaba con otros hombres para recibir la bendición del Padre
Pío.
Cuando sufrí el accidente en 1947, perdí no sólo la
vista sino el sentido del olfato. Al arrodillarme para recibir la bendición,
quedó atónito al percibir la fragancia de rosas que venía de la sangre en sus
manos. Me eché hacia atrás contra la pared y levanté los brazos para
protegerme, pues no sabía qué pasaba. El Padre Pío bajó mis brazos y me dijo en
italiano: «Joey, no tengas miedo», y me tocó en el puente de la nariz,
devolviéndome el sentido del olfato después de estar sin él desde el día del
accidente, en junio de 1947, hacía 16 años.
Joey estaba sobrecogido de paz y
alegría y no quería abandonar San Giovanni Rotondo. Sin embargo, su compañero
de viaje, Mario Corvais, le recordó su compromiso de pasar parte de sus
vacaciones en un sitio llamado Garabandal.
Cuando Mario me recordó que teníamos que irnos para
Garabandal le dije: «Mario, ¿cómo sabemos que es verdad? Tal vez no es una
aparición verdadera; tal vez es un truco del demonio para hacerme perder las
gracias que acabo de recibir. Vamos a preguntarle al Padre Pio».
Siempre fuimos objeto de una muy calurosa bienvenida
por parte de los sacerdotes donde el Padre Pío. Fuimos donde ellos y les dije:
«Me gustaría hablar con el Padre Pío, ¿está bien?» Y el sacerdote me contestó:
«Ah, bueno, Joey». Así que hizo los arreglos necesarios y volvimos de nuevo más
tarde para reunimos con él en el claustro.
Al arrodillarme frente a él, dije »Padre Pío, ¿es
cierto que la Virgen se está apareciendo a cuatro niñas en
Garabandal?».. Y él dijo: «Sí.» Entonces le dije: «Padre Pío, ¿debo ir allá?» Y
el respondió; «Sí. ¿Por qué no?» Y así es como pasó. Fue debido a que el Padre
Pío me aseguró que la Virgen se estaba apareciendo allá, y me permitió ir, que
no tuviera más miedo y fui.
Después de esa primera visita a Garabandal en 1963,
Joey Lomangino hizo muchas más. Se hizo amigo de Conchita y de las demás
videntes, y al regresar a los Estados Unidos comenzó a difundir la historia del
Padre Pío y de las apariciones de Garabandal. En 1968 fundó la organización de
los Trabajadores de Nuestra Señora del Monte Carmelo (The Workers of Our Lady
of Mount Carmel), la organización que publica este folleto.
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